Misterio Quijotesco

Cuando pienso en Cervantes lo hago pensado en un hombre normal que cuando escribía a su Quijote no sabía que cambiaría la historia de la literatura al inventar el concepto actual de novela, de manera que no me cuesta pensar en ese niño en los brazos de su madre, en su inocencia, en lo poco que sabe del destino que le aguarda, del cambio que tras su muerte sobreviene sobre Occidente.

He imaginado en esta escena a la virgen sentada entre Quijote y Sancho, dos personajes imaginarios que en realidad tienen mucho más en común de lo que pudiera parecer con aquellos reales: ambos lucharon contra gigantes que eran molinos de viento, aquella Roma ya desgastada, la realidad contra todo lo que es incierto o vacío o pueril, la ira de quienes no les aceptaron mientras vivieron: a Cervantes muriendo sin saber qué clase de obra había escrito, y ese niño aquí aún en llanto crucificado a la edad de treinta y tres. La virgen habla a don Quijote, cosas sencillas sobre un pesebre o sobre lo difícil que es dar de comer a un niño en esos tiempos. Imagino como don Quijote asiente y le habla de la harina de los molinos para darle alimento, y a José que espera que Sancho diga algo cuando lo cierto es que conoce demasiado bien a su amo, y no tiene ya mucho más que decir. Salvo quizá que ambos, a su manera, fueron salvadores, el uno imaginario salvaguardando la inteligencia, la esencia de hombres y mujeres. Y el otro, ese niño, el alma de toda la humanidad.

L.S.S